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domingo, 22 de julio de 2012

“SOY SOLO UN SIMPLE MONJE BUDISTA”

Sería una falta de sinceridad no confesar que siempre me ha costado mucho leer biografías sobre personajes de relevancia en la historia contemporánea, siempre he preferido conocer acerca de ellos con la ayuda de un buen documental al estilo Discovery Channel; incluso creo que sólo me limitaba a estudiar y memorizar algunas de sus frases célebres -no para hacer alarde de su conocimiento sino para comprender el peso de sus palabras en la historia-. Por ejemplo, todavía recuerdo que comencé y no terminé de leer “Luces y sombras de la grandeza”, un relato apasionante de la vida de Sir Winston Churchill escrita por Geoffrey Best; sin embargo, nunca olvidaré la cita que realiza el autor sobre este magnífico personaje en la página treinta y ocho de su obra: “Ah, horrible guerra, increíble mezcla de lo glorioso y lo miserable, lo lastimoso y lo sublime; si los modernos hombres de luces y entendimiento observaran tu rostro más de cerca, el pueblo llano apenas tendría que verlo nunca”.


Sin duda que personajes como Churchill, Roosevelt, Stalin o Hitler determinaron el tránsito de la historia de la primera mitad del siglo pasado –durante la más cruel de todas las guerras que ha experimentado la humanidad– mientras otros personajes como Albert Einstein o Werner Heisenberg, entre muchos otros científicos, desarrollaban las teorías científicas que otorgaban al hombre nuevos conocimientos sobre un mundo antes desconocido, el mundo subatómico. No obstante, en regiones aún más remotas e ignoradas para la época, también se desarrollaban historias emocionantes en una tierra llena de misticismo y tradición que todavía hoy lucha por preservar su cultura.


Según los estudios geológicos, el Tíbet (Conocido como el tejado del mundo), emergió de las profundidades del mar como un llano caliente y húmedo entre catorce y dieciocho millones de años atrás, la era conocida como el mioceno medio tardío, hasta convertirse en la cordillera montañosa más alta del planeta*. Es en esta tierra apartada donde se origina la historia de uno de los personajes más influyentes en el mundo político y espiritual de la actualidad, la historia de LHAMO THONDUP, el XIV Dalai Lama (Un maestro cuya sabiduría es vasta como un océano), quien no tuvo la oportunidad de escoger su destino, simplemente, tuvo que aceptarlo.

 
Fue en una residencia de ladrillos de adobe, en el pueblo de Takster, al noroeste del Tíbet, donde una mujer embarazada -de algunos veinte años- despertó una mañana frotando su barriga con el presentimiento de que había llegado el momento del parto, sin embargo, tenía la sensación de que aquel no sería un nacimiento común, a pesar de no saber por qué, tuvo la impresión de que sería un nacimiento memorable. Con conocimiento de los síntomas del parto, continuó trabajando en sus labores rutinarias; éste sería su noveno hijo. El día 6 del mes de Julio de 1935, había sido testigo de lluvias intermitentes y de arcoíris espectaculares. Mientras toda la población lo ignoraba, aquella mujer volvió a frotar su barriga y se sentó junto a un almiar, naciendo entonces un niño de casi cuatro kilos. Una de las curiosidades de aquel nacimiento era que el niño había nacido con los ojos muy abiertos y no lloró. El mismo Dalai Lama dice al recordar el momento: “Nací con los ojos muy abiertos y no lloré, tal vez porque me hallaba en mi XIV rencarnación y había desarrollado clarividencia sobre la vida*”.

 
Tras la muerte del XIII Dalai Lama, los regentes del Tíbet se vieron en la obligación de emprender expediciones para la búsqueda de la nueva encarnación, teniendo muy pocas pistas para ello. Quizás la más relevante fue el hecho de que el cadáver del XIII Dalai Lama, sentado con las piernas cruzadas en la postura del loto, inclinó misteriosamente su cabeza hacia el este. Luego de casi dos meses de expediciones, lograron encontrar a tres posibles candidatos de la nueva encarnación, pero fue Lhamo quien logró superar todas las difíciles pruebas impuestas por los regentes para comprobar su naturaleza “divina”. Una vez comprobada la encarnación, notificaron a sus padres que Lhamo no sería un niño común y corriente, sería el líder espiritual del Tíbet, el XIV Dalai Lama.


 
Lhamo, con apenas tres años de edad, fue llevado a Lhasa (Capital del Tíbet) con la finalidad de prepararlo para asumir la posición de mayor rango en su nación –se había convertido en el buda viviente-. En la actualidad, Su Santidad relata de aquel momento: “A veces intento recordar de qué manera cambió la actitud de la gente. Recuerdo la repentina distancia que mantenían conmigo. También recuerdo que los niños querían jugar conmigo pero no se les permitía. Nada había cambiado para mí pero todo había cambiado para la gente que me rodeaba. Sé que suena extraño, pero así fue*”. Ya el 21 de febrero de 1940, bajo la bendición de un sol sin nubes, Lhamo se preparaba para asumir el papel que no había elegido pero que todos notaban que desempeñaba con una naturalidad inaudita para su edad. Con el azul y el rojo como colores dominantes, miles de hombres, mujeres y niños vestidos con sus mejores ropas se dispusieron para ser testigos de primera fila de aquel acontecimiento histórico.


 
La alegría del pueblo tibetano al ver a su líder espiritual asumir sus funciones y compromiso con el Tíbet comenzó a difuminarse cuando a finales de la década de los cuarenta un nuevo actor intentaría cambiar el rumbo de la historia de aquella pequeña nación liderada por un “buda viviente”. En el año de 1949, cuando el XIV Dalai Lama cumplía catorce años, las relaciones entre China y el Tíbet habían empeorado y estaban al borde de quebrarse. Y es que a los comunistas chinos no les gustaba el budismo, ni la religión y mucho menos la organización de la nación tibetana. Bajo el mandato del famoso líder chino Mao Tse-Tung, el Ejército Popular de Liberación invadió el Tíbet en 1949. Aquel joven budista de catorce años comprendió desde el principio que el plan de los chinos comunistas no sería a corto plazo. El año posterior a la invasión de las fuerzas chinas; el regente, el gabinete y la asamblea nacional pidieron al Dalai Lama, ahora de quince años, asumir la autoridad política plena. Al respecto Su Santidad comenta: “La situación en el Tíbet era tan desesperada que era preciso unirlo en torno a un símbolo, y yo fui elegido como ese símbolo*”.

 
Una vez que el Tíbet fue invadido, el gobierno comunista Chino entabló negociaciones con el gobierno tibetano, en las cuales este último se consideraría como un gobierno local dependiente de Pekín, inclusive, hicieron firmar bajo coacción a las delegaciones de la pequeña nación un acuerdo de diecisiete puntos donde quedaba claro que la idea de China era la de permanecer por todo el tiempo que la historia de su Imperio lo permitiese. Este acuerdo no fue firmado por el Dalai Lama, quien siempre se opuso al mismo; de esta forma, el gobierno chino ungió otros planes incluyendo el ofrecimiento a uno de los hermanos del Dalai Lama para que lo asesinara y de este modo él fuese investido como líder máximo del Tíbet, pero siempre bajo la tutela de Pekín.

 
No conforme a todas las situaciones extrañas y violentas que se estaban viviendo el Tíbet, el Dalai Lama fue invitado al cuartel general del Ejército Popular de Liberación, al cual debía asistir –según petición de los generales- sin escoltas ni ningún otro medio de seguridad. Su intuición y los consejos que recibía de sus asesores espirituales y políticos le decían que debía partir, que debía exiliarse, que su persona seguiría siendo útil para el Tíbet sólo si continuaba con vida y no convirtiéndose en mártir de la causa. De este modo –a pesar de querer quedarse acompañando a la gente de su país- el 17 de Marzo de 1959, a las diez de la noche, en un acto sarcástico en el cual el líder espiritual tuvo que despojarse de sus hábitos, vestirse como un soldado y empuñar un fusil, decidió abandonar Lhasa con destino hacia la frontera India para exiliarse en este país.

 
Dos días más tarde a su partida, se produjeron enfrentamientos entre tibetanos escasamente armados y toda la maquinaria del ejército comunista en donde miles de tibetanos perdieron la vida y casi doscientos escoltas del Dalai Lama fueron fusilados públicamente. El 31 de Marzo de 1959, después de casi dos semanas de largo viaje a caballo por peligrosas montañas, el XIV Dalai Lama llegó a la India para exiliarse “Estábamos todos muy cansados. Recuerdo que tuve un ataque de disentería, problema que, por lo que descubrí, era bastante corriente en la India, tierra de nuestra inspiración espiritual. Me sentía triste y contento a la vez, tristes por habernos visto obligados a abandonar nuestro hogar pero contento por estar en la India, la cuna del Budismo*” recuerda el Dalai Lama.

 
En esfuerzos sostenidos por cambiar la cultura del Tíbet, Pekín se esforzaba por ingresar en la mente de los tibetanos y presentarles a una nueva deidad y qué más parecido para los chinos de la época a un Dios, su líder político Mao Tse-Tung, que como todo comunista aplicaba el culto a la personalidad. Sin embargo, durante décadas –pese al nacimiento de nuevas generaciones- la cultura tibetana y su fe en el Dalai Lama luchan por sobrevivir y mantenerse en el tiempo. Prueba de ello fueron las ovaciones multitudinarias que recibieron  las delegaciones del gobierno tibetano exiliado en la India  cuando ingresaron al Tíbet en una visita oficial durante negociaciones con el gobierno chino en la búsqueda de una adhesión pacífica del Tíbet a la China.

 
Desde 1959 aquel niño de tres años que fue escogido como el XIV Dalai Lama no ha podido regresar a su tierra. Consciente de los cambios que ha experimentado la humanidad en materia social, económica y geopolítica, declaró que de regresar al Tíbet no participaría en el gobierno activo y que se comenzaría a instaurar un gobierno democrático en donde sean los propios ciudadanos quienes elijan su destino como nación; en esa misma declaración dijo lo siguiente: “Si el Tíbet desea sobrevivir como miembro igualitario de la comunidad internacional moderna, debe reflejar el potencial colectivo de todos sus ciudadanos en lugar de depender de un único individuo. En otras palabras, la gente debe participar activamente en la configuración de su destino político y social*”.

 
El líder espiritual exiliado en la India, comprendió además que debía mantener vivo el problema del Tíbet en la comunidad internacional, por ello visitó gran cantidad de países para que conociesen la causa y sus deseos inquebrantables de superar la crisis bajo los criterios de la no violencia. De esta forma, el 21  de febrero de 1987 compareció ante el Congreso de los Estados Unidos. No obstante, cuando las noticias de esta actuación llegaron a Lhasa, estallaron espontáneamente las primeras manifestaciones de importancia desde 1959, las mismas fueron reprimidas por el ejército chino y se vieron obligados a imponer la ley marcial durante un periodo de catorce meses.

 
Basados en la lucha sostenida del Dalai Lama y su fe en la solución de los conflictos con la no violencia, el comité del premio Nobel, en Oslo, decidió otorgarle el premio Nobel de la Paz 1989. En su presentación Egil Aarvik comentó lo siguiente: “Resulta lógico compararlo con Mahatma Gandhi, uno de los mayores defensores de la paz de este siglo, y al Dalai Lama le gusta considerarse uno de sus sucesores. La gente se sorprende a veces de que Gandhi nunca recibiera el premio Nobel de la Paz, y el comité Nobel actual puede impunemente compartir ese asombro al tiempo que considera la concesión del premio de este año en parte como un homenaje a la memoria de Mahatma Gandhi […] El Dalai Lama ha desarrollado su filosofía pacifista a partir de un profundo respeto por todos los seres vivos y sobre el concepto de la responsabilidad universal, que engloba a la humanidad y a la naturaleza por igual. El premio Nobel de la Paz ha sido concedido a Su Santidad el Dalai Lama principalmente por su infatigable resistencia al uso de la violencia en la lucha de su pueblo por recuperar la libertad*”.


En su discurso de aceptación del premio, Su Santidad expresó: “Me honra y conmueve profundamente que hayan otorgado este importante premio a un simple monje del Tíbet. Yo no soy nadie especial. No obstante, creo que el premio es un reconocimiento a los valores verdaderos del altruismo, el amor, la compasión y no violencia que intento poner en práctica de acuerdo con las enseñanzas de Buda y los grades sabios de la India y el Tíbet […] El sufrimiento de nuestra gente durante los últimos cuarenta años de ocupación está bien documentado. La nuestra ha sido una lucha larga. Sabemos que nuestra causa es justa. Dado que la violencia solo puede generar más violencia y sufrimiento, nuestra lucha debe seguir siendo no violenta y libre de odio. Estamos intentando poner fin al sufrimiento de nuestro pueblo, no infligir sufrimiento a otros*”.

Luego del recibimiento del premio, Su Santidad y su lucha adquirieron resonancia mundial y ahora la causa por la liberación del Tíbet es bien conocida. Puede que el Tíbet sienta que sin el Dalai Lama presente en su nación la lucha es más complicada, sin embargo, este hombre, que se describe a si mismo como un simple monje budista, ha dedicado toda su vida y su trabajo a la causa de una liberación pacífica del Tíbet. Muchos imperios han caído a lo largo de la historia, pese a su permanencia en años, así pasó con el más grande, el romano, con las dominaciones del imperio británico y hasta el declive de la imponente Unión Soviética. Cómo podría un pueblo de escasos seis millones de habitantes luchar por su libertad contra una nación de casi la cuarta parte de la humanidad, cuyo ejército es uno de los más vastos, cruentos y temidos en el mundo. El único camino loable ha sido precisamente el de la no violencia. Una forma curiosa de expresar lo que vivió el Tíbet durante la invasión china, fue la frase de uno de los regentes tibetanos “Cuando no se es tan fuerte para pelear, debes abrazar a tu enemigo”.

Si bien la no violencia representa una estrategia mucho más lenta para conseguir los objetivos de cualquier causa, es preferible para mantener la vida de los seres humanos por los que se lucha. En esto los tibetanos han tenido la amarga experiencia desde sus orígenes, incluso los mongoles en una ocasión le ofrecieron a los tibetanos un ultimátum: “Si se someten su religión será respetada, si no se someten serán conquistados y aniquilados”. Esta es una propuesta similar a la de algunos líderes políticos de la actualidad cuando proponen “Si no están con nosotros, están contra nosotros”.

 
Habrá que esperar el desarrollo de la historia para observar cuál es el destino del Tíbet y el de Su Santidad el XIV Dalai Lama. Las profecías hablan de que solamente existirán XVII encarnaciones, la de Lhamo es la XIV, y ha expresado públicamente que no regresará al Tíbet para asumir las funciones que su destino le otorgó. Lhamo, ya forma parte de la historia por su lucha y sus métodos de luchar, pero una de las cualidades que más gustan al mundo occidental de su personalidad, es su humildad y sencillez. Así como lo dijo al recibir el premio Nobel, lo dijo a los generales chinos durante la invasión y lo sigue diciendo a cualquier otra personalidad de relevancia o no: Yo soy un simple monje del Tíbet. Esperemos que pueda ser testigo de un Tíbet autónomo y pueda regresar a su tierra antes de que le toque partir desde el mundo terrenal al mundo espiritual –aunque es muy factible que desde siempre se encuentre en ambos-.


Mi frase favorita del Dalai Lama: “La religión es ciencia con  fe. La ciencia es religión en busca de fe”

*Dalai Lama: Hombre,Monje, Místico de Mayank Chhaya.

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